El sitio
arqueológico San Andrés tomó su nombre de la antigua hacienda en donde se
encontraba. Como propietaria de la hacienda San Andrés, la familia Dueñas
generosamente avalaba el acceso al sitio a sucesivas generaciones de
investigadores, partiendo de 1940 con el primer proyecto en el sitio, liderado
por John Dimick. Incluso cuando la zona monumental del sitio empezaba a ser
visitada por turistas en los año setenta, los Dueñas permitían el uso del lugar
como un parque incipiente manejado por el Departamento de Arqueología de la
Administración del Patrimonio Cultural (antecesor de CON-CULTURA), con nuevas
investigaciones dirigidas por Stanley Boggs, Jorge Mejía y Richard Crane.
Al igual que
los demás latifundios de El Salvador, la hacienda San Andrés fue intervenida
por el Gobierno bajo la Ley de Reforma Agraria de 1980. El Biólogo Francisco
Serrano tuvo la idea verdaderamente brillante de utilizar una cláusula de la
Ley de Reforma Agraria para proteger recursos naturales y culturales, ya que
ésta daba lugar a que el Gobierno se reservara áreas de interés nacional dentro
de las haciendas intervenidas antes de entregar las propiedades a cooperativas.
En 1981, Serrano trabajó junto con el Arqueólogo Stanley Boggs para identificar
varios sitios arqueológicos dentro de las haciendas, y resultó ser factible
“reservar” porciones de tres sitios para futuros parques: San Andrés, Cara
Sucia y Quelepa. El subalterno de Boggs, Manuel López, hizo los reconocimientos
de campo que fueron necesarios - un trabajo difícil y arriesgado por la
situación violenta que se vivía en ese entonces.
La propuesta
de reserva para San Andrés originalmente abarcaba alrededor de 120 manzanas (84
hectáreas), incluyendo la zona monumental y algunos montículos esparcidos,
además de una buena muestra de la vasta zona residencial del sitio. Esta área
representada solo el 4% del área total de la hacienda, por lo cual la reserva
no hubiera tenido un impacto papable para la nueva cooperativa de San Andrés.
No obstante, la propuesta de Boggs y Serrano fue reducida en mitad por una
burócrata de aquella época. La zona finalmente reservada mide 54 manzanas (38
hectáreas). El Departamento de Arqueología cercó el área y utilizó una casa
(situada en la zona monumental) para museo de sitio y bodega de mantenimiento,
y así nació formalmente el Parque Arqueológico San Andrés.
En 1987, el
Patronato Pro-Patrimonio Cultural propuso un proyecto para mejorar el parque,
centrado en un nuevo museo ubicado completamente fuera de la zona monumental,
con estacionamiento y un sendero interpretativo para acceder a las estructuras
prehispánicas. Se proponía que el museo fuera similar en arquitectura a los
antiguos cascos (casonas) de hacienda con salas dispuestas alrededor de un
patio interno, y construido con paredes gruesas de adobe y techos altos, muy
apropiados para el clima caluroso del lugar. Esta primera propuesta no
prosperó. En 1995, el Patronato retomó este proyecto y había receptividad de
parte de la nueva institución cultural de Gobierno, CON CULTURA. La propuesta
original para el museo, basada en arquitectura tradicional que muchos
consideran como agradable y apropiada para el clima, además de económica, fue
descartada y reemplazada por un diseño modernista con grandes planos
horizontales.
En las
excavaciones de sondeo realizadas en 1995 en preparación para el nuevo museo,
fue localizado por Paul Amaroli un obraje de añil colonial, sepultado por la
erupción de El Playón en noviembre de 1658 (puede encontrarse más información
sobre esta erupción en la sección sobre Joya de Cerén). Este es el obraje
colonial mejor conservado que se conoce en toda la región, y, gracias a las
condiciones anaeróbicas presentadas por las capas “selladas” de lodo de origen
volcánico, conservaba objetos de madera. En 1996-1997, se realizaron
excavaciones en la pirámide principal (Estructura 5, conocida como "La
Campana") y su entorno, las cuales fueron dirigidas por Christopher
Begley, con la participación de Jeb Cardó y Roberto Gallardo.
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